Fecha
;marzo-abril de 1905
Alcance y Contenido
Martín A. Malharro;La simple enunciación del tema presenta sus inconvenientes.¿Arte en la escuela primaria? dirán algunos.¿Arte? Cuándo este significa lujo, privilegio exclusivo de aristócratas y fruto, siempre, de las sociedades en su más alto grado de progreso, de las sociedades afortunadas que han llegado al total desarrollo de sus fuerzas en la vida agrícola, ganadera, industrial y comercial!¿Arte en la escuela de nuestro país, en el que existen miles de analfabetos, país que está apenas en el comienzo de su evolución económica como nación independiente?Nada de tiempo perdido, de lujos superfluos, de cosas que puedan conducir á exaltar la imaginación del pueblo.Nociones de ciencia, nociones prácticas de la vida, y basta. Todo lo que no sea armar el brazo y la inteligencia para la explotación de las riquezas naturales de la tierra, es tiempo perdido, devaneo de poetas, sensiblería perniciosa para el progreso y bienestar de los futuros ciudadanos.Y lo que tal opinan lo hacen olvidando que el buen gusto, el sentimiento de la belleza, el amor por lo armónico es uno de los caracteres constitutivos del hombre en quien, según lo prueba M. Pérez, empieza á manifestarse desde la edad de tres años.«En su afición á los animales, en sus preferencias por ciertas personas, en su gusto por las estampas, el niño da muestras de distinguir ya confusamente lo bello de lo feo. Un bonito juguete, una fisonomía agradable, una flor brillante, le atraen y le agradan [»]. (Compayré)Hasta animales hay, según Darwin, que demuestran un vago sentimiento de la belleza.Eduquemos, entonces, hombres sensibles á todas las manifestaciones de una vida integral. Y si el sentimiento de la belleza forma parte de nuestro bien moral hasta el punto de que los que no lo posean se hallen en tan limitado número como los faltos por completo de conciencia, propendamos en la medida de lo posible al desenvolvimiento de las facultades estéticas y hagamos, también, algo por cultivar un poco de ideal en la escuela, iniciando y enseñando, aunque sea de una manera indirecta, principios que conducen á la elevación de los sentimientos, al respeto de la propia dignidad, al amor de la Naturaleza y de la Vida, á la conciencia, en fin, de los privilegios y prerrogativas de ser racional y civilizado. En ninguna sociedad, por nueva que sea, puede la aspiración única del hombre consistir en el interés, el egoísmo y el acumulamiento de riquezas. Y si es cierto que la moral contribuye á la felicidad de los pueblos, el arte es también fuerza concurrente y un auxiliar necesario en la escuela. «Los antiguos y, sobre todo los griegos, contaban con el arte más aun que con la religión para moralizar á los hombres». (Compayré) La decoración mural en la escuela contribuiría eficazmente á llenar esta misión entre nosotros. En Europa y los Estados Unidos el movimiento se difunde y se acentúa como medio práctico de educación estética. Análoga iniciativa pertenece en este país al doctor Ponciano Vivanco que ha dado hace ya meses instrucciones al respecto. Pero creemos que debido á las condiciones especiales de nuestro país, nuestro ambiente y nuestras necesidades, debemos encarar el problema con un criterio relativo de adopción y un criterio americano de adaptación. Al cuadro mural extranjero debemos oponer el cuadro mural argentino en sus motivos de decoración, persiguiendo á un mismo tiempo un fin estético y un fin geográfico, tendiendo á un principio pedagógico. Conseguiríamos así, unificar la decoración mural en nuestras escuelas, estableciendo un principio que variado hasta lo infinito, respondiera á un todo armónico al par que significara, la revelación, para el niño, de su propio país y de lo bello al servicio de lo útil. Los espectáculos de la Naturaleza, dice Compayré, apaciguan las pasiones y nos envuelven con su pureza y su inocencia. Nos limitaríamos á la naturaleza de nuestra tierra, sin exigir á la decoración de la escuela que estimule el patriotismo y nos revele, el mundo orgánico y el inorgánico, la física y la química, la botánica y la zoología, pues, por poco que se extremara en ese camino, llegaríamos fatalmente a convertir la escuela en un caleidoscopio tan complicado como contraproducente para los fines que perseguimos. Tal es, sin embargo, el error en que han caído ciertas escuelas europeas sin tener, tal vez en cuenta que para eso están las proyecciones luminosas con sus arsenales inmensos de temas y asuntos tan distintos como útiles y necesarios para los fines de la ilustración, diferentes totalmente de todo principio decorativo. Lo que debemos precisamente corregir es el pot-pou-rrí que so pretexto de un ambiente favorable al estudio presentan hoy nuestras aulas, en donde se acumula toda clase de figuritas y figurones, toda clase de objetos, sin tener para nada en cuenta el mal gusto con que se disponen, chocándose, repeliéndose y caracterizándose por el parecido que presentan con una vulgar viscachera. Aquí, cuadros y mapas; allí, carteles para aprender á leer en grados que ya cursaron todos los alumnos, carteles que si encierran un buen método de lectura, atormentan, en cambio, la vista con la multiplicación desmesurada de ilustraciones chocarreras y vulgarotas, así por lo infernal de sus coloretes, cuanto por lo lamentable de sus dibujos propios, tan solo, para despertar el más profundo horror hacia la gráfica en una de sus manifestaciones más necesarias. Después, la cartografía, con sus estudios sobre todos los países imaginables, de la que sacarán los niños seguramente esta deducción: la ventaja enorme que los mapas pueden representar cuando ... se posee talento de editor y condiciones de comerciante. En este caso no queda siquiera el consuelo de la reciprocidad pues tan poco se estudia en Europa la geografía nuestra que es general el caso de confundir la República Argentina con un estado del Brasil ó un simple departamento de la República Oriental. Vienen, luego, los cuadros ilustrativos de Johnston con sus anatomías constantemente á la vista del niño, como indicándole que por mas que estudie y se aplique es solo un animal más ó menos perfeccionado, pura carne y puro hueso. Y para que la imagen sea completa y el ambiente más agradable, se exhibe cuando los medios de la escuela lo permiten, y hay un estante apropiado ó nó, la tradicional calavera como demostración inconfundible de la suma enorme de ciencia que abarca nuestra enseñanza. ¡Pero hay que limitarse á nociones prácticas de la vida, pues todo lo que no sea armar el brazo y la inteligencia para la explotación de las riquezas naturales de la tierra es tiempo perdido y sensiblería ridícula de poetas! Y cuando el niño, terminadas las horas de clase, abandona ¡feliz liberto! el local de la escuela, la Naturaleza toda le dice que eso solo no constituye la vida. Y la luz gloriosa que todo lo inunda, y el color que todo lo domina, y la alegría que todo lo invade, hace más violento el contraste, para recordarle luego, que con el comienzo del mañana volverán á desquitarse Hohnston, con sus esqueletos y sus músculos y sus nervios, la calavera aquella, con su eterna sonrisa de escéptica enamorada, y el editor de mapas, con sus signos tan útiles como convencionales, de ríos, montañas, valles y colinas. Y la clase toda, en fin, con el aspecto triste, monótono y feo de sus paredes grises, sus pizarrones funerarios, su ambiente severo de claustro, semejante á un lugar de reclusión y penitencia en el que no le será permitido reposar la vista sin que los cuadros y los mapas le recuerden que tras una lección viene otra lección, que tal vez no sabe y de lo que poco le importa á la calavera de marras que furtivamente le provoca son su perenne sonrisa de tan amargas sugestiones. «La escuela no debe ser un sitio de destierro y de penitencia. En ella hay que despertar la vida y desterrar la tristeza que amenaza al corazón y al espíritu: nada es más sano y más moral que la alegría, nada es más provechoso que el trabajo hecho alegremente». Estas palabras de un ex-ministro de instrucción pública de Francia debieran constituir todo un principio para nosotros. La lógica más elemental nos dice, por otra parte, que si hoy es verdad aceptada, y práctica establecida, que una lección no puede durar sino determinado número de minutos en beneficio de la signatura y en beneficio del alumno, debe también ser cierto que no puede éste tener constantemente ante la vista el cuadro ilustrativo de la materia tal ó cual sin perjuicios que es obvio mencionar, y entre los que prima la fatiga visual como consecuencia inmediata del automatismo. Esos mapas y esos cuadros tienen, todos, su valor y son poderosos auxiliares del maestro; pero terminada la lección terminó también su utilidad y deben ir á ocupar modestamente su puesto en la mapoteca. Las oleografías tan abundantes en nuestras aulas, con los mamarrachos de papel cortado á guisa de trabajo manual, tendrían su puesto indicado en el salón de algún lustra botas de arrabal. Las litografías comerciales, hechas, empero, con el pretexto de honrar á nuestros prohombres, deben desterrarse de la escuela como altamente perjudiciales, pues, con sus contornos duros, sus gestos y morisquetas que asombran, causando hilaridad más que respeto, con sus ojos que generalmente parecen indicar que uno perteneció á un ser humano y el otro á una bestia, con sus faltas de dibujo tan propias para despertar el desencanto por las glorias patrias y el pesimismo sobre el porvenir de la raza, contribuirán poderosamente á sentar este prejuicio: que para ser grande hombre en este país se necesita, ante todo, parecerse físicamente á un macaco. Una vez arrojadas al fuego estas lindezas, y guardados cuidadosamente mapas, cuadros, calaveras y demás objetos que hoy adornan nuestras clases, veámos qué debe reemplazarlos como decoración mural. El mapa ó cuadro ilustrativo debe llenar un objeto: ilustrar. La decoración mural otro objeto: hacer agradable el salón de estudios. Lo uno es de carácter científico; lo otro pertenece más bien al resorte artístico. Nosotros partiremos de la base de que todo en la escuela debe responder á los fines de la escuela. Excepción hecha del pizarrón, imposible de eliminar, no debiera pender en los muros de la clase, con carácter permanente, nada que no respondiera á un fin estético, como parte integrante de un todo armónico. El salón, claro; los matices de los muros, claro, y una media docena de cuadros cuyos motivos ó escenas alegraran también con sus tintas armoniosas, sin distraer mayormente la atención del niño. Tal sería el ambiente ideal. Desde el punta de vista técnico, serían adaptables las vastas cromolitografías con asuntos de conjunto sintético, sin detalles abrumadores, respondiéndose todas entre sí, completándose armónicamente en cualquier orden que se dispusiere, según las exigencias del local ú otra razón análoga. El carácter artístico de la obra resultaría de su conjunto total, pues en particular, deben esos cuadros ser tratados con la síntesis por base -repito- por exigirlo así la mente del niño cuyas facultades no están aun lo suficientemente desarrolladas para comprender una obra trascendental de arte. Por exigirlo también el principio decorativo, pues la altura y la distancia á que esas obras tienen que colocarse, requieren la eliminación de detalles que sin agregar nada á su objetivo, perjudicarían la impresión que debe desprenderse de todas ellas conjuntamente. Estos cuadros podrían variarse alternativamente haciendo cambios recíprocos y temporarios entre una y otra clase de la misma escuela. Importarían toda una lección de estética al par que una decoración alegre, simple é instructiva. La Historia, la Humanidad, la Leyenda, la Ciencia, la Industria y el Arte, son los temas usuales en el extranjero para esta clase de trabajos. Nosotros preferiríamos simplemente, é insistimos en ello, los panoramas de nuestro país. Al par que una revelación de los espectáculos de la Naturaleza significaría para el niño un himno glorioso á las bellezas de nuestra tierra. Y, si como dice el doctor Zubiaur «debe el tipo de nuestro hombre sudamericano ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente» iniciemos al niño de nuestras escuelas en las manifestaciones hermosas é imponentes de esa naturaleza para que la comprenda y, familiarizándose con sus distintas peculiaridades observe y admire la magnitud del campo que ofrece á su acción y sus energías, á su voluntaad, á su fuerza y sus iniciativas. «Una prueba, dice Hender, de la profunda barbarie en que educamos á nuestros hijos, es que descuidamos darles en su más tierna edad, una profunda impresión de la belleza, de la armonía y de la variedad que presenta nuestra tierra». No pedimos, como se vé, la creación de un ambiente exclusivamente artístico hasta el punto de formar espíritus delicados que enerven y debiliten cualidades necesarias para afrontar más tarde las fealdades é impurezas de las pruebas á que la vida diaria nos somete. Sabemos que «hay esfuerzos que realizar, luchas que sostener y miserias que combatir, para las que se necesitaría, un aprendizaje viril, desarrollar la inteligencia más que la imaginación y cultivar la ciencia más que el arte y la poesía (Compayré) [»]. Pero la cultura estética tiene hoy sus derechos adquiridos en los programas educacionales modernos. Pedimos solo un pequeño sitio para ella en la decoración mural de la escuela, por los grandes beneficios que puede aportar. Ella dirá al alumno: abre los ojos y el corazón; esta es la vida, esta es tu tierra y estos los horizontes que la patria brinda á tu actividad é inteligencia. Esta es la naturaleza de que se habla constantemente, que se te muestra con signos convencionales de ríos, valles y montañas; pero sin presentarte jamás un ejemplo de la majestad imponente de sus bellezas. Tu tierra no la constituye solo los límites de la metrópoli lujosa en que vives, los palacios que adornan sus calle y los parques y jardines que visitas: la patria toda es grande, es bella y es rica. Y al mismo tiempo que desplegamos ante su vista los horizontes pampeanos, el panorama cordillerano con sus imponentes severidades; el bosque chaqueño y el paisaje fueguino con su inmensa y grandiosa poesía, le presentaríasmos, también, Misiones con sus yerbales y quebrachales, Santa Fe con sus interminables campos de mieses, San Juan y Mendoza con sus viñedos, la patria toda, en fin, con sus galas de triunfal belleza. Despojaríamos así á la clase de su aspecto actual dándole un ambiente más en armonía con las mentes juveniles que la frecuentan, esperanzas alhagadoras de un trabajo fecundador que debe ser emprendido desde las bancas de la escuela con salud moral y alegría, privilegio sagrado de la juventud en beneficio de la Vida.Martín A. Malharro
Ayudas para la búsqueda
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