Fecha
;diciembre de 1904
Alcance y Contenido
Alberto Tena;Es un hecho, que la frivolidad perfumada de París hace distraer á fuertes espíritus en vaguedades, arrastrándolos hacia inquietudes excitantes que obran degenerando cerebros. Así es París. El artista sentimental se hunde en incendiarios placeres, que anulan la energía y hasta hace desaparecer al hombre. Si no se hunden, lo que producen es obra enferma, anémica, pero siempre valiosa, puesto que palpitan en ella momentos de vida que ha sentido un corazón enfermizo, si bien grande. El mal es para ellos. Algunos hay que comenzaron en América con éxito vocaciones ardientes, llegaron á París y vivieron mucho; precipitaron su alma, anciana á los breves años de haberla hecho conmover intensamente. Y la obra empezada con vigor, queda inconclusa, incierta, con carácter de intención. Muchos lo saben, lo sienten, pero -piensa- la vida es breve! Y viven. No importa la degeneración para ellos; sienten la frase cómoda de Murger, el filósofo de los tejados, de que "una sola vez se vive", y se entregan á la despreocupación. Y la viril energía de los veinte años que se tienen con ánimos fuertes hasta para dirigir un astro; la impetuosidad emotiva que apunta con perfiles de creación; la actividad que hace multiplicar los movimientos renovando fuerzas cerebrales; toda la bravura que da un talento poco depurado en la experiencia de las gentes, "de por casa", desaparece entre abrazos voluptuosos, perfumes de cabelleras é hiperbólicas fantasías que produce la neurosis de aquella capital. Así es París. No sé si será un centro de vicio, de inmorales focos, como me afirmaba días pasados un académico que estuvo quince días en París, viviendo en el Grand Hotel. Lo que sé es que París con sus eternos murmullos; con sus continuos temblores de voluptuosidad; con la sonrisa que anima el ambiente; con la seda parlanchina de estribillos acariciantes que portan sus mujeres, frívolas, amorosas; con el espíritu anhelante que palpita en los hechos, seduce, extravia [sic]. Sujeta al artista amarrado á un seno que expande atracciones de bruja reteniéndolo junto á sí. Tal afecto, tal amor se tiene por la ciudad que guarda tantas joyas, que el poeta, el músico, el pintor, el escultor, no puede alejarse de ella sin sentir una lágrima que destila gratísimos recuerdos. Cuando se está lejos, se exclama: París, París!! Esto, sin negar la afirmación del sabio académico, me parece da á entender grandiosidades que tiene París dispuestas para espíritus selectos, ignorantes de números y que no sueñan con vivir entre lacayos galoneados ni duquesas coquetas, de almas aparatosas. En ese sentido, el artista se compenetra de la vida intensa que se hace en Paris, y goza, palpita una existencia azul, armónica, que en su centro lleva la amargura de la degeneración vencedora del hombre. Pero mientras se distrae al espiritu [sic] en formas bulliciosas; mientras se tienen sueños y sensaciones fuertes; cuando se ve una lejanía donde se mueven veneraciones de misteriosas alegrías, ¿quién piensa en eso? El dolor viene luego. Cuando el alma está exangüe y el organismo vencido, se impresionan con sufrimientos dolorosos. Así es París. Una tarde, mirando la Ciudad que semeja una enorme montaña horadada por un cataclismo, desde la Butte de Montmartre, un poeta extendía su mano para decir un elogio á "su grande y querido París". El día que tuviera que salir de aquí, -me dijo,- sería mi muerte. Y aquel artista era sincero.*** Veamos de cerca á la juventud hispano-americana que estudia y trabaja en París. Allá, en el barrio latino, bullicioso y alegre por las noches, de día reina el silencio calmoso de la meditación serena. Paseando por estrechas calles, se observa que las casas dejan ver sus ventanas abiertas que dicen que tras de ella hay un alma sensitiva, un estudiante, un artista, quizás un sabio. Eso es lo admirable del alma del "quartier latin". Allí se divierte, se goza. Allí se estudia, se piensa. Los americanos viven estrechamente en bohardillas y cuartos, donde flotan ironías económicas y amistades espirituales. Tres de ellos, que no gozan de pensión alguna, estudian y viven con noventa francos al mes. Una estudiante rusa, -oh! memorable Titi- les guisa las eternas "pommes de terre", que se extienden irónicamente por todo el año; el vino y la carne la ven siempre, á manera de ensueño, haciendo movimientos de columpio, allá, en lontananza. Y esos americanos tienen talento, voluntad, serio raciocinio. Saldrán de ellos tres buenos artistas. La crítica de Francia, representada con la más sincera autoridad por Camille Mauclair y Catulle Mendès, los han colmado de elogios. Y así viven. Las "pommes de terre" las comen, algunas veces, paseando por la rue Descartes ó el boul milch, á pesar de sus severas levitas y de sus brillantes sombreros de copa alta... [...]Y después, ¿qué diablos!, se van á Luxemburgo, ese mágico jardín donde el realismo de la vida huye. Luego, con un beso de la buena Mimí y el pensamiento que sienten como irónicos filósofos de los tejados, como sencillos andadores de los claros de luna, los americanos gozan, viven entre caricias maltratantes de lo vulgar. El artista teme á la vida de sociabilidad, porque en París, como en todas partes, cierta sociedad es aparatosa y arcaica. Prefiere vivir las horas de encantos, las horas crepusculares, cuando ríe la griseta de ojos bellos [...]Alberto TenaParís, 1903.
Ayudas para la búsqueda
II;20;470-476